El viernes 22 de
octubre de 1965, a las 9,30 de la mañana, la presa reventaba no pudo soportar
la cantidad de agua que embalsaba en ella.
El agua estaba en el
pantano retenida mientras los obreros limpiaban el río, llego a la capacidad de
lleno total.
El 22 de octubre de
2015 se cumplirán cincuenta años de aquella tragedia. Los Saltos de Torrejón
son dos presas unidas por un canal, que en el momento del accidente estaba en
construcción. La ataguía que frenaba el paso del agua a ese canal se rompió, y
en una fracción de segundo, se desató la catástrofe.
El embalse estaba al máximo de su capacidad
Ningún trabajador lo había visto antes tan lleno. Entre los obreros y sus
familias había miedo. Incluso, .Cuando la ataguía falló, el embalse estaba a
sólo 83 centímetros de la cota máxima normal autorizada.
Al precipitarse la tromba de agua sobre el
lecho seco del rio, donde trabajaban aproximadamente 400 obreros. En breves
segundos el cauce del rio subió como la espuma, alcanzando cotas de altura
nunca vistas y aumentando el caudal conforme el agua discurría violentamente
por el muro reventado. En el túnel inundado se encontraban trabajando 50
obreros que quedaron aprisionados y con escasas posibilidades de rescate. A
otros, la tromba de agua les sorprendió en el lecho seco del río, aunque éstos,
al estar al aire libre, a duras penas pudieron ponerse a salvo. Las máquinas,
tractores, turbinas y herramientas de trabajo quedaron inmediatamente
sepultados bajo los miles de metros cúbicos de agua desalojados.
. Aproximadamente 54
muertos y la pérdida de varios cientos de millones de pesetas fueron las
conclusiones finales del suceso. Con anterioridad, las especulaciones se
hicieron sobre el alcance del accidente. El final, el triste final, todavía
retumba en la mente de los que vivieron tan dramáticos momentos.
Los obreros que vivieron la catástrofe y participaron en las labores de rescate piensan que el número de víctimas fue mucho mayor.
Ellos fueron los encargados de localizar a los compañeros muertos para que las obras pudieran continuar. Rescatándolos con una grúa
Las mujeres y los hijos de una buena parte de
los obreros vivían aguas abajo de la presa, en el poblado que Hidroeléctrica
Española, concesionaria de la obra, levantó para que se alojaran durante el
tiempo que duraba la construcción. Aquel día tuvieron que refugiarse en la
sierra.
A los pocos días del accidente tuvieron que
volver a los tajos y a las casas. El silencio, nos han dicho, era infinito. Los
padres enfermaban, y los hijos veían cosas que un niño jamás debería contemplar:
los cadáveres desfigurados que aparecían en el río, las decenas de ataúdes que
llegaban al poblado, los funerales por sus vecinos y amigos.
Las víctimas que nadie reconoció o reclamó, se
enterraron en el cementerio de Toril.
El héroe del río y la tumba desconocida
A la tragedia de Monfragüe no le faltó un héroe, que sirvió al Gobierno y la compañía para distraer la atención sobre la inmensa tragedia. "El héroe de Torrejón", así bautizó la prensa de la época con todo merecimiento a José Martín Malmierca, un avezado conductor de grúas natural de Malpartida de Plasencia que se encontraba trabajando en el cauce seco del río en el momento del accidente y salvó con una cesta enganchada a la pluma de su grúa a 25 o 30 compañeros. Recibió de Franco la medalla del mérito al trabajo y el ofrecimiento de Hidroeléctrica de trasladarse a trabajar a las oficinas de la central en Madrid, lo que él declinó. Malmierca fue también premiado con una visita a Roma y la revista Alba la pagó una estancia en Marbella.
El envés de esta historia es la del trabajador de Arroyo de la Luz, Agustín Oliva, cuya tumba fue hallada por la familia en 2007 en el cementerio de Toril, una pequeña aldea de Monfragüe. Tras 42 años desaparecido, sus hijas, María Victoria y Felisa, una de sus hijas, descubrió la carta que el juez de Navalmoral de la Mata que instruyó el caso envió en su día al Ayuntamiento de Arroyo de la Luz, informándole de la ubicación de los restos de su padre. La carta fue entregada a su tía, pero la mujer no sabía leer.
A sus viudas les
dieron unas insignificantes indemnizaciones, con una cápsula abajo donde decía
que no reclamarían más dinero.
Las familias empezaron
a pedir las cuentas y se marcharon, muchos de aquellos niños hoy recuerdan a
sus amigos de infancias.
El mismo día de la catástrofe comenzó la
investigación judicial. Cinco años después, la Audiencia Provincial de Cáceres
sobreseyó el caso y no hubo juicio.
En 1967 las obras de
la presa habían finalizado. Las excavadoras echaron abajo el poblado y todo
terminó. Pero aquellos niños, que hoy son hombres y mujeres repartidos por toda
España, han vuelto a encontrarse en un foro donde la magia de Internet ha
conseguido resucitar “su pueblo”.
Escrito por #lolamata
@MDoloresMata
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